El sacerdote gritó, cubriéndose la cara con los brazos para protegerse de los cristales. Ella, atada como estaba, no pudo más que mirar cómo surgía de la destrozada cristalera una enorme figura con la piel de color grisáceo, músculos marcados, la parte inferior del cuerpo como de león o dragón, unas grandes alas que nacían en la espalda y una expresión feroz que anunciaba sufrimiento. Aún después de analizarle dos veces no podía creer lo que estaba viendo. Acababa de entrar por la ventana una gárgola. SU gárgola, en la que se sentaba siempre que salía al tejado.
-Mi señor, mi señor, no me hagáis daño, por favor.
El sacerdote había recuperado la voz,que sonaba como el chillido de la rata infecta que era. Ahora se le veía encogido, arrugado, la mirada inflamada por el miedo. Desnudo como estaba daba un espectáculo más que lamentable, con las piernas temblándole. Ya no quedaba en él nada del majestuoso Gran Sacerdote que tanto la había torturado. Una sádica sonrisa de placer se dibujó en su rostro al ver que la gárgola le cogía del cuello y le ponía a la altura de su rostro. Entonces habló con una voz profunda como la noche, una voz que a ella le transmitió una indescriptible sensación de poder. Y que asustó al viejo hasta el punto de hacerle orinarse.
-Mallorak, sabes lo que viene ahora. Me has desobedecido hasta las últimas consecuencias. Te permití hacer lo que quisieras con las otras chicas para saciar tus depravados instintos. Pero te advertí claramente que a ella- la señaló con la cabeza- no le tocases ni la sombra. Y has hecho mucho más que eso. Ahora, ya sabes lo que toca…
El viejo empezó a retorcerse entre súplicas, ruegos, amenazas, gritos y llantos. A una palabra de la gárgola (¡¡Nymiel!!) otra de las gárgolas entró a la habitación. Esta era más pequeña, al parecer una hembra. Entró contoneándose, mostrando su voluptuosa belleza en todo su esplendor, y con una sonrisa que invitaba a tocarla. El sacerdote seguía chillando el manos del otro, pero con el miembro totalmente erecto.
Ella, la gárgola pequeña, liberó a la chica de sus ataduras y le dijo que se vistiese con lo que pudiese. Después agarró al viejo y lo arrojó a la cama, le ató las manos a los postes y le amordazó.
-Bien, mi señor- dijo con un tono burlón, dirigiéndose a la gárgola más grande-. Ya puedes llevarte a tu hija de aquí, Wolreïn.
¿Qué? ¿Su hija? ¿Había oído bien? ¿Estaba diciendo que ELLA era la HIJA de la GÁRGOLA? Le miró desconcertada. Él suspiró pesadamente.
-Ya habrá tiempo para explicaciones, Alihëin. Ahora dejemos que Nymiel cumpla con su trabajo.
Hizo ademán de cogerla para sacarla por la ventana, pero ella se apartó y se plantó en medio de la habitación con una oscura determinación en la mirada.
-No. Quiero quedarme. Quiero verle…morir, padre.